TEMáTICAS El síndrome de
Diógenes Algunos ancianos se
sienten derrotados y renuncian a vivir con dignidad; con el tiempo se vuelven
desconfiados y adoptan una actitud negligente, entre la soledad y la
misantropía TEXTO:/JOSé MARíA ROMERA / CADA cierto tiempo los
titulares de prensa recogen la noticia de ancianos hallados muertos en su casa,
en el mayor de los abandonos y a menudo rodeados de desperdicios y bolsas de
basura cuyo hedor había puesto en alerta a los vecinos del inmueble.
Sospechando que algo raro pasaba, llamaron a la policía o a los bomberos y
estos descubrieron el cadáver. Un final de la existencia propio de folletines
truculentos de otro tiempo, pero por desgracia bastante habitual en nuestros
días. En el mejor de los casos, los servicios asistenciales intervienen antes
del desenlace fatal, pero lo que encuentran no es menos pavoroso: un ser vivo
recluido en una madriguera entre toneladas de residuos que han ido adueñándose
de su espacio vital hasta reducirlo al mínimo. Más allá del patetismo
de una situación límite o de una extravagancia propia de personas fuera de sus
cabales, el caso es revelador de un trastorno específico descrito por los
especialistas: el denominado síndrome de Diógenes, que en España afecta a más
de un 3 por ciento de los mayores de 65 años. Diógenes, filósofo griego del
siglo IV a. C. y fundador de la corriente cínica, era conocido por su actitud
de desprecio por las convenciones sociales, en coherencia con lo cual adoptó un
estilo de vida caracterizado tanto por su austeridad como por el abandono de su
aspecto físico. Sin ganas de vivir Si a Diógenes suele
representársele dentro de un tonel, semidesnudo y con el pelo largo y
desastrado, los ancianos aquejados por el síndrome viven también en el
aislamiento y la incuria. Esta actitud negligente, entre la soledad y la
misantropía, revela un sentimiento de derrota, de renuncia a vivir dignamente y
en plenitud bien sea por carecer de alicientes para hacerlo, bien por efecto
del deterioro psíquico propio de las edades avanzadas. Pero la conducta de los
aquejados por el síndrome de Diógenes no implica necesariamente una dolencia
mental.
En cuanto a los
factores estresantes que pueden conducir al síndrome, los más habituales tienen
que ver con las dificultades de tipo económico, la muerte de familiares y la
sensación de ser rechazado por parientes. Los sentimientos de
inseguridad y de miedo engendran el impulso de acumular cosas -aunque sean tan
inútiles o nocivas como los desperdicios- cuyo amontonamiento actúa a modo de
muro protector. En cierto modo se trata de coleccionistas; sólo que, en vez de
coleccionar selectivamente por afición o 'hobby', lo hacen de forma
indiscriminada y guiados por una oscura necesidad de acúmulo
compulsivo (la conocida como 'silogomanía'). La
soledad hace el resto. Atrapados por el temor Estas personas se
sienten solas pero a su vez persiguen la soledad, bien por resentimiento hacia
los otros, bien atrapadas por el temor a relacionarse con personas ajenas a las
que su paulatina misantropía ha ido convirtiendo en seres hostiles en potencia. Puede ocurrir que de
puertas hacia fuera los aquejados del síndrome de Diógenes no se muestren
especialmente insociables, mientras que al regresar a sus casas se parapetan en
el descuido y la dejadez. De ahí que no siempre sea fácil reconocer su estado,
ni mucho menos comprender hasta qué punto son víctimas de una soledad más
profunda de la que aparentan. Algunos especialistas han señalado cinco rasgos
de conducta para identificar el síndrome de Diógenes. La presencia de dos o más
de ellos permite hablar de enfermedad, y en el caso de darse cuatro o cinco se
trataría de enfermos muy graves con riesgo de muerte. En trazos gruesos, los
rasgos serían éstos: 1) el aislamiento social, con tendencia a rehuir
situaciones de comunicación; 2) la reclusión voluntaria en el domicilio, al que
se aferran por muy ventajosas que sean las alternativas de acogida que se les
llegue a ofrecer; 3) el descuido en la higiene y en la alimentación, en el
cuidado de la salud y en la limpieza y el orden del hogar; 4) las reacciones de
pobreza imaginaria (se le ha denominado también 'síndrome de la miseria
senil'), que llevan a acumular no sólo dinero sino objetos varios, incluida la
basura; 5) el rechazo de las ayudas sociales o familiares y la tendencia a
volver a sus hábitos de vida después de una temporada de acogida o de apoyo
externo. Sus propios vecinos La mayor dificultad
para intervenir en esta situaciones proviene de la
invisibilidad externa de estos síntomas. Los ancianos que se aíslan están
condenados a que su situación pase inadvertida incluso a sus propios vecinos, y
más aún cuando aquéllos se muestran reacios a cualquier forma de relación con
éstos. Cuando los servicios
sociales consiguen intervenir en el caso, las medidas surten efecto inmediato
puesto que se trata fundamentalmente de asearlos y fortalecer sus cuerpos con
alimentos o fármacos y de poner a trabajar en sus casas a los servicios de
limpieza. Pero lo que nadie suele alcanzar a remediar es la soledad, origen y
consecuencia de tantas tragedias que suceden sigilosamente en derredor nuestro. |